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SALUD EMOCIONAL: LA CLAVE OCULTA PARA SUPERAR ENFEMEDADES CRÓNICAS

¿Alguna vez te has preguntado cómo sería vivir con una enfermedad crónica? Imagina por un momento que cada mañana te despiertas sin saber si podrás mover tus piernas con normalidad, si el dolor te permitirá concentrarte en el trabajo, o si la fatiga te dejará siquiera salir de la cama. Esta es la realidad diaria de millones de personas que conviven con condiciones como la esclerosis múltiple, la fibromialgia, fatiga crónica o artritis. Pero, ¿qué pasa con la salud emocional de estas personas? A menudo, cuando hablamos de enfermedades crónicas, nos centramos en los síntomas físicos y olvidamos el impacto profundo que tienen en el bienestar emocional de quienes las padecen.

El laberinto emocional de las enfermedades crónicas Laberinto de emociones

Vivir con una enfermedad crónica es como estar en una montaña rusa emocional constante. Un día te sientes optimista y capaz de enfrentar cualquier desafío, y al siguiente, la frustración y el desánimo te invaden por completo. La fibromialgia, por ejemplo, no solo causa dolor generalizado, sino que también puede llevar a la depresión y la ansiedad. El dolor constante y la incomprensión social pueden hacer que las personas se sientan aisladas y desesperanzadas. Quienes padecen esclerosis múltiple a menudo experimentan altos niveles de estrés debido a la naturaleza impredecible de la enfermedad. La incertidumbre sobre el futuro y los cambios en la capacidad física pueden generar grandes altibajos de emociones difícil de manejar.

La incertidumbre sobre el futuro y los cambios en la capacidad física pueden generar grandes altibajos de emociones difícil de manejar.

El impacto silencioso en la salud mental.

Es crucial reconocer que aproximadamente el 70% de las personas con enfermedades crónicas experimentan síntomas depresivos como tristeza o apatía. Estos síntomas no son solo una reacción al diagnóstico, sino una parte integral de la experiencia de vivir con una enfermedad crónica.

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El síndrome de fatiga crónica, por ejemplo, puede llevar a una sensación de desesperanza y depresión debido al agotamiento persistente que experimentan los pacientes. La incomprensión de su condición por parte de otros solo agrava estos sentimientos.

Incomprensión

el 70% de las personas con enfermedades crónicas experimentan síntomas depresivos como tristeza o apatía.

Estrategias para navegar en este carrusel emocional.

Entonces, ¿cómo podemos cuidar nuestra salud emocional cuando vivimos con una enfermedad crónica? Aquí te dejo algunas ideas:

  1. Busca apoyo profesional: Un psicólogo puede ayudarte a desarrollar estrategias de afrontamiento efectivas y a gestionar tus emociones de manera saludable.
  2. Conéctate con otros: Compartir experiencias con personas que están pasando por lo mismo puede ser tremendamente reconfortante y reducir los sentimientos de aislamiento.
  3. Practica el autocuidado: Incorpora técnicas de manejo del estrés como la meditación, la respiración profunda y el ejercicio suave adaptado a tus posibilidades.
  4. Edúcate sobre tu condición: Comprender mejor tu enfermedad puede ayudarte a sentirte más en control y reducir la ansiedad asociada a la incertidumbre.
  5. Establece una rutina: Mantén un equilibrio en tu vida a través de una rutina que incluya tiempo para el autocuidado, el descanso y actividades que disfrutes.
Grupo de apoyo

Un camino hacia el bienestar integral.

Vivir con una enfermedad crónica es un desafío diario, pero no tiene por qué definirte. Al cuidar tu salud emocional, no solo estás mejorando tu calidad de vida, sino que también estás fortaleciendo tu capacidad para hacer frente a los retos que tu condición pueda presentar. Recuerda, no estás solo en este viaje. Hay profesionales dispuestos a ayudarte, técnicas que puedes aprender y una comunidad que te entiende y te apoya. Tu salud emocional es tan importante como tu salud física, y merece la misma atención y cuidado.

¿Y tú? ¿Cómo cuidas tu salud emocional mientras navegas por los desafíos de una enfermedad crónica? Juntos, podemos crear una comunidad más comprensiva y solidaria, y quizás, hacer que esa montaña rusa emocional sea un poco menos intimidante.

Y si lo necesitas, como siempre, estamos aquí para ayudarte.

¿SÍNDROME POSTVACACIONAL? MEJOR LLÁMALO ADAPTACIÓN

Estamos acostumbrados a oír hablar del síndrome postvacacional pero… ¿realmente existe este síndrome? Vamos a ver diferentes cuestiones relacionadas con esto.

La psicología utiliza la palabra síndrome para englobar varios síntomas psicológicos que suele aparecer simultáneamente ante determinadas circunstancias o características personales. Se supone que de esta manera puede abreviar y dar mayor eficacia a la comunicación entre profesionales. Sin embargo, como toda generalización supone perder los detalles y las diferencias individuales. Además, promueve una actitud más pasiva en el afrontamiento de este periodo del año. “Qué pereza ir a trabajar. Será el síndrome postvacacional, iré amargado y ya está”.

Incluso podemos verlo en los medios como “depresión o estrés postvacacional”, lo que nos añade la carga que estas palabras suponen en nuestra mente. Tanto “depresión” como “síndrome” como “estrés” nos suenan a algo clínico, enfermedad, problema… vamos una losa que se nos echa encima difícil de quitar.

Tanto “depresión” como “síndrome” como “estrés” nos suenan a algo clínico, enfermedad, problema.

Según la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés: Estrés (o síndrome, o depresión) postvacacional son términos que hacen referencia al proceso de estrés que tenemos que afrontar tras las vacaciones, para readaptarnos de nuevo a las obligaciones laborales (o escolares), al cambio de estilo de vida que supone, etc. Son términos surgidos de manera popular. No existe un consenso de especialistas que haya definido el síndrome postvacacional”.

Los síntomas suelen describirse como: insomnio, falta de concentración, sentimientos frecuentes de tristeza o falta de motivación por las tareas, sensaciones de ansiedad alta, etc. Todo ello es muy lógico si pensamos en lo que supone volver a la actividad laboral tras un tiempo (mínimo 10 días de vacaciones para que sea significativo el tiempo de cambios de rutina) en el que los horarios de sueño se han modificado, la sensación de obligación, prisa se han reducido, la concentración se ha dirigido a focos diferentes a las tareas laborales, hemos pasado mayor tiempo en casa o en familia, etc.

El cuerpo y mente necesitan un proceso de adaptación a estos cambios. Nos parece, por tanto un termino mucho más útil mentalmente el de adaptación postvacacional. No tiene connotaciones negativas, es algo pasajero y hasta positivo. Adaptarse a algo conlleva un aprendizaje para la mente, y es realmente lo que supone la vuelta a la actividad laboral.

Adaptarse a algo conlleva un aprendizaje para la mente, y es realmente lo que supone la vuelta a la actividad laboral.

Intentemos vivirlo como un proceso afortunado, ya que si el cuerpo se ha deshabituado a trabajar es porque ha tenido suficiente descanso. Probemos a vivirlo como un periodo de cambio en el que podemos aprovechar para evaluar lo que motiva y no motiva de la vuelta a la rutina. Es decir, pararnos a analizar nuestra situación laboral para ser conscientes de lo que nos motiva de volver y disfrutar más de ello. Por ejemplo, la relación con algun@s compañer@s que nos aportan en la parte personal o laboral, el tiempo de transporte que aprovechamos para escuchar música, etc.

Pero también, mediante lo que más nos desmotiva de la vuelta, podemos descubrir lo que nos sobrepasa o carga a lo largo del año. De este segundo listado habrá circunstancias, tareas, condiciones de trabajo que, aun así decidamos mantener ya que modificarlas supondría objetivamente mayor perjuicio para nosotros. Por ejemplo, el horario, los turnos etc., pero nuestra empresa no contempla otras opciones y como me compensa actualmente por otras condiciones, pues decido seguir con ello.

Lo interesante sería llegar a la tercera lista de las que me resultan especialmente desagradables, incluso que, anticipando que hay que volver a ellas tras las vacaciones, tengo sensaciones de ansiedad claras. Entonces puedo dedicar tiempo a buscar alternativas para cada una de ellas. Para ello necesitamos mucha creatividad, a veces un pequeño cambio que no se nos había ocurrido o que parecía raro nos haga posicionarnos de otra manera. Por ejemplo, trabajo de cara al público y estoy desgastada del trato con las personas, me desagrada y sé que no lo estoy controlando bien. Quizá puedo formarme o leer sobre algún aspecto nuevo de habilidades de atención al cliente que me aportará nuevas herramientas y motivación a mejorar mis competencias profesionales.

El periodo de adaptación postvacacional puede durar unas dos o tres semanas por lo que a lo largo de ellas puedo ir reflexionando sobre estas listas y progresivamente ir tomando decisiones sobre ellas.

Por ultimo: Ánimo y confianza en nuestros mecanismos naturales de adaptación, funcionan realmente. Lo que los primeros días se nos hace un mundo, una vez adquirido de nuevo el hábito se realiza automáticamente. Si necesitas ayuda profesional para afrontar esta adaptación, puedes consultarnos tu situación y te aconsejaremos según tu caso, sin compromiso alguno.